Un malestar muy común es el derivado de una situación que se alarga en el tiempo y que no sabemos cómo afrontar o resolver. En muchas ocasiones juega un papel fundamental la toma de decisiones. Y ¿por qué decimos esto? Vamos a explicarlo desde varios aspectos.
Ante todo, deberíamos distinguir o agrupar los casos en los que podemos observar una alteración en la capacidad de la persona para tomar decisiones. Por un lado, tenemos a aquellas personas que manifiestan siempre problemas para hacerlo, sea cual sea la decisión a tomar y sean cuales sean las circunstancias. En estos casos, entenderemos que hay un problema grave de autogestión o de autogobierno, derivado de algún trastorno emocional, afectivo o psicológico, que imposibilita el proceso de toma de decisiones. Por lo tanto, esta dificultad para elegir es un síntoma de un problema mucho mayor. En estas personas, el apoyo psicológico (con o sin psicofármacos) es fundamental para ahondar en la raíz del problema y darle solución. De ahí que todos los esfuerzos a nivel terapéutico y, por supuesto, de la persona paciente, se encaminen a hallar y resolver esa fuente.
En otro grupo encontramos a las personas que normalmente toman decisiones de forma adecuada pero que manifiestan algún tipo de dificultad sólo si se les presenta una situación difícil de resolver. En este caso, nos estamos refiriendo a las personas que se consideran que entran dentro de la norma, pues no existen otras señales que nos hagan pensar que la indecisión tenga un origen más profundo. Se entiende como razonable pues la duda a la hora de elegir no supone una incapacidad, sino un retraso de la decisión final como consecuencia de enfrentarse a un evento que resulta difícil de resolver para cualquier persona en el mismo contexto. Sería lo común, sin ser patológico.
Y, por último, las personas que no se sienten capaces de actuar o no son conscientes de que están paralizadas. Las llamaremos en adelante “personas por empoderar”, por el carácter temporal y pasajero que puede tener este caso: resuelto el malestar personal que provoca la indecisión, se acabó el problema. Es quizás el más común y en el que nos vamos a centrar en este post: alguien que manifiesta un problema de empoderamiento personal que afecta en gran medida a la valoración de los eventos que ocurren en su vida, a su afrontamiento y, claro está, a su toma de decisiones para resolver gran cantidad de situaciones (valoradas como complejas o difíciles). Suele ser común observar en estas personas un estado de ánimo deprimido y/o ansioso, con exceso de preocupaciones futuras (casi siempre centradas en las consecuencias negativas derivadas de sus posibles elecciones) y con signos de una baja autoestima.
Suelen manifestar complicaciones encadenadas. Me explico: una persona con la autoestima baja por equis problema o problemas, que después de mucho tiempo nota cambios en su estado de ánimo, lo que le hace sentirse insegura, estresarse ante situaciones complejas, valorarlas como retos muy altos y valorarse a si misma como poco capacitada para afrontarlos, que desarrolla un fuerte miedo a equivocarse, sentimientos de culpa y valoración positiva sobre su zona de confort (o inacción).
Todas esas variables, en algunos casos, para colmo de males, se riegan con diversas profecías autocumplidas: durante mucho tiempo la persona se dice a si misma que si decide tal o cual cosa puede obtener determinadas consecuencias indeseables y en algunas ocasiones, obviamente, se cumplen; pero se cumplen porque de algún modo ha ido llamando a la mala suerte, o sea, ha seguido el camino justo para que ocurriesen.
Consecuencia de todo lo anterior es la aparición y crecimiento en nuestro interior de un marcado miedo a equivocarnos, cuya consecuencia directa es que, ante determinados eventos o circunstancias vitales, evitamos tomar decisiones que puedan comprometernos, huyendo de la posibilidad de error o de sufrir consecuencias negativas (no hacemos nada por miedo a que las cosas nos salgan mal).
Pero el tiempo pasa. Y las situaciones sin resolver van aumentando nuestro malestar y provocando “daños colaterales”, resumidos en alteraciones de aspectos de nuestra vida en general. Por ejemplo, si mantengo una mala relación con mi familia política, es decir, con la familia de origen de mi pareja, pero no tomo ninguna decisión al respecto, seguiré sufriendo las consecuencias de los encuentros con esas personas. Eso me llevará a comportarme de forma extraña visto desde fuera: pondré excusas “raras” o “constantes” para no asistir a tal o cual evento, tendré roces con esas personas que afectarán a mi relación de pareja, intentaré que mi pareja se ponga de mi parte o le haré responsable de lo que ocurre… Éstas y otras, con tal de no tomar una decisión y llevarla a cabo. Y no hay una decisión genérica para este caso, dependerá de cada persona y de cada caso. Pero está claro, que no asumir mi responsabilidad en lo que ocurre y no tomar decisiones, no son la mejor opción. Ni mucho menos seguir aumentando mi malestar y rumiar o preocuparme en exceso por esa situación, pues echar más energía en un problema sin resolverlo no sirve de nada: recuerda que lo que se resiste, persiste.
A veces la toma de decisiones se resume en ACEPTAR que las cosas son tal y como son, lo cual no tiene nada que ver con conformarse o resignarse. La aceptación implica asumir que yo no tengo control sobre algo, es decir, que tal persona es como es y tiene derecho a ser como quiera ser. La aceptación viene de asumir que cada cual tiene derecho a ser como quiera, incluida/o YO. Por lo tanto, una vez que acepto que tal persona, tal situación o lo que sea, es o son así, puede decidir qué hago con ello. Pongamos otro ejemplo: si estoy cansada de que mi pareja llegue siempre tarde, de que me mienta, de que no comparta las tareas de casa… lo que sea… tendré que aceptar que él o ella es así. Tratar de cambiarle es un método más que usado en las parejas que queda claro que no sirve para nada (nadie puede cambiar a nadie, la gente cambia cuando quiere y a su manera). Y una vez que acepto que mi pareja es de tal manera, decido qué hacer, si sigo con él o ella o me separo, independientemente de que mi pareja quiera o no seguir conmigo. Pues por mucho que nos prometan que van a cambiar, un cambio personal profundo que viene determinado por una posible pérdida, y sin ayuda terapéutica, jamás será un cambio real. Es decir, que puede que usemos el “hasta aquí” para dar un susto o un escarmiento a nuestra pareja, y que de ello obtengamos un “voy a cambiar, te lo prometo”, pero eso no significa que salga bien. Durante unas horas, unos días o unas semanas, notarás que las cosas son como TÚ quieres, pero esa no es la forma de ser de tu pareja. Con lo cual, poco a poco irá volviendo a su ser y volverás a estar en la encrucijada de seguir o dejarlo.
Por ello, te animamos a que tomes decisiones, lo más meditadas y realistas posibles. Y, sobre todo, no esperes a que tu emoción o tu estado de ánimo cambie para tomarlas. Las decisiones son racionales y las emociones están en el cerebro, no en el corazón. Así es que reflexiona, valora los pros y los contras, y elige la opción más adecuada para ti, tratando de no hacer daño a nadie. Aquí tenemos que abrir un paréntesis: “no hacer daño a nadie” es una frase muy corrupta en nuestra sociedad. Si mi pareja tiene comportamientos que me hacen daño con frecuencia, aunque yo le ame y mi pareja me diga que me ama, tomaré la decisión de terminar esa relación bajo la máxima “te amo, pero vivo mejor sin ti”. Eso provocará un malestar en tu pareja, sí, en tu pareja la que te hacía daño con su forma de ser y actuar. Pero eso no significa que le estés haciendo daño deliberadamente. Recuerda que hay gente que se siente herida con el aleteo de una mosca. Por esa regla de tres, nadie avanzaría ni tomaría sus propias decisiones, sino que sería como los demás quieren que sean. Pero no se puede contentar a todo el mundo. No se puede ser católico, para que los católicos no se enfaden, y a la vez musulmán para que los musulmanes no se enfaden, e incluso ateo para que los ateos no se enfaden. Tienes que ser como tú quieres SER. Pues recuerda que “la gente tiene derecho a ser como quiera”.
De ésta premisa, así como del autoconocimiento y amor propio, nacerá la seguridad para tomar unas adecuadas decisiones. ¿Y si empiezas la semana resolviendo tus temas pendientes?