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Robert Dilts usó este esquema para explicar la estructura de la personalidad, del ser.
Lo único que los demás pueden ver de mí son “mis acciones”, mis conductas, mis comportamientos. No siempre mostramos nuestras emociones o expresamos nuestros pensamientos, por tanto, lo que siempre se puede ver de nosotr@s es lo que hacemos. Pero eso, como en el caso de los icebergs, sólo supone un 10% de lo que somos en realidad. Resulta curioso que nos juzgan y juzgamos solamente basándonos en este 10% del ser… Arriesgado, ¿verdad?
En la parte que resulta invisible, lo que no se ve de mí, en el peldaño inferior a “mis acciones”, encontramos “mis actitudes y mis aptitudes”. Mi actitud es mi predisposición ante algo o alguien, mientras que mi aptitud tiene que ver con mis capacidades, con mis habilidades, y lo he representado con dos flechas para indicar que se retroalimentan las unas a las otras. Veamos un ejemplo:
“Imaginemos que soy un cocinero que se ha formado en las mejores escuelas y cocinas de medio mundo y que tengo varios premios y reconocimientos a mi labor. Mis aptitudes, obviamente, son muy buenas, pues tengo una adecuada formación y lo he demostrado en mi experiencia, de ahí los premios.
Estando de vacaciones en mi ciudad natal, desconectado del estrés de las cocinas y de los medios de comunicación, me avisa un amigo íntimo de la familia de que, en su salón de bodas, el chef ha sufrido un infarto mientras preparaba la comida. Su personal se ha quedado bloqueado. Es la 1 del medio día y las más de 600 personas invitadas al enlace ya están en el jardín disfrutando del coctel ajenas a lo que acontece en cocina.
Por el compromiso que tengo con este amigo y con su familia acepto ayudarle a sacar adelante esta boda. Mientras me dirijo al salón de bodas, pienso en que estaba de vacaciones; no me apetece nada trabajar a marchas forzadas ahora; no sé cuánto personal hay; tampoco sé el menú; no sé si estaban bien organizados ni si nos acoplaremos bien en el trabajo; además, yo tengo un modo de trabajar y el menú estaba concretado de una forma específica con los novios; no quiero defraudar a nadie; me siento presionado; me preocupa que me agobie ante una situación así cuando he conseguido grandes logros…
No habré pisado la cocina cuando “mis actitudes” habrán condicionado todo el desarrollo del trabajo. Mi predisposición, en este caso es verdaderamente mala, por lo que mis aptitudes, mis capacidades, se verán alteradas y mermadas. Seguramente sacaré la boda adelante, pero no en la forma ni horario previstos. Y desde luego no disfrutaré de ello”.
Pero también puede ocurrir al contrario, es decir, una persona con buena actitud que saque el máximo partido a sus aptitudes. Veamos otro ejemplo:
“Imaginemos ahora que estoy trabajando fuera de casa, lejos de mi familia y de mis amistades y me toca pasar mi cumpleaños en esta situación. Pero llaman al portero del piso en el que vivo y… ¡sorpresa! Han venido a darme a festejar conmigo: es el mejor regalo de cumpleaños que se puede tener. Entre familia y amistades seremos unas 35 personas.
Mis aptitudes en la cocina son nulas. Lo más creativo que he cocinado nunca es una tortilla francesa de atún. Suelo comer en el comedor del trabajo y tengo la nevera más bien vacía. Pero estoy tan feliz de que hayan venido y me gusta tanto una fiesta, que tengo ganas de agradecerles la sorpresa. Además, soy una persona muy resolutiva y no me agobio fácilmente.
Decido mandar a mis dos mejores amigos a la gasolinera que hay a la entrada de la urbanización en mi coche para que compren bebidas, hielo y cosas para picar. He hablado tanto a mi hermana de las brochetas de pollo del restaurante chino del barrio, que llamo y pido varias raciones para que las pruebe. Además, tengo pizzas en el congelador y ensalada y cava en la nevera. Así es que en menos de media hora, está todo el mundo servido y, la suerte, es que la tarta ya la traían ellas/os.
Todo sale a pedir de boca, nos sobra comida y es el día más feliz de mi vida. Mi predisposición, mis actitudes, me ayudan a resolver la situación a lo grande, a pesar de que mis aptitudes no son las mejores en la cocina”.
Tenemos que aclarar que los niveles inferiores van influyendo en los superiores, quedando reflejados en “mis acciones” finalmente. En este caso, la relación que se establece entre mis actitudes y mis aptitudes, va a influir en mi comportamiento. Pero, ¿qué influye a “mis actitudes” y a mis “aptitudes”?
El siguiente nivel inferior es “Mis creencias”. Cuando hablamos de “creencia” nos referimos a una idea que he archivado en mi mente como una “verdad”. Las creencias las vamos almacenando desde que corta edad: mi padre y mi madre, son las principales fuentes de creencias. Esas creencias luego pasan por mi filtro y, las que yo decido, se almacenan como propias. Por ejemplo, si vives en una ciudad de interior y cuando tu padre decide ir a la playa en verano siempre elige la más cercana, aunque a 10 km hay otra mejor, porque “todas las playas son iguales”, al crecer con esa creencia podría ocurrir que te importe poco la playa a la que ir en verano o que te parezca descabellado la elección de cualquier otra persona. Es sólo un ejemplo, pero podríamos poner muchos más ejemplos con la misma creencia. Y como almacenamos miles de creencias, podemos empezar a calibrar lo condicionada que está nuestra vida.
Esto sólo teniendo en cuenta las creencias de nuestra madre y de nuestro padre. Pero también filtramos creencias de nuestro entorno, de la sociedad y de nuestra propia experiencia. Metemos todas esas creencias en nuestra “caja de creencias” y, sin darnos cuenta, nos influyen a todos los niveles.
Podemos distinguir dos tipos de creencias:
- Potenciadoras:creencias que nos impulsan a hacer cosas, a crecer, a aprovechar las oportunidades, a afrontar adecuadamente la vida.
- Limitantes:creencias que nos “limitan”, que nos coartan, que nos hace permanecer en el mismo sitio, huir o desaparecer.
Si yo pienso que “soy una persona resolutiva”, que “soy capaz de solucionar cualquier problema”, estaré frente a una creencia potenciadora, pues al pensar de este modo, cuando ocurra algo, no tendré miedo, confiaré en mí, y lo resolveré. En cambio, si yo pienso que “soy gafe”, que “soy un desgraciado”, pase lo que pase, en cualquier situación o circunstancia, me sentiré mal, seré la víctima y mi única ocurrencia será la tristeza, la quietud y el malestar.
Las creencias son las que mantienen las guerras más atroces y las guerras son las que dan paso a los grandes descubrimientos de la historia. Las creencias tienen un gran poder en nosotras/os, pero son pocas las ocasiones en las que nos replanteamos si nuestras creencias nos benefician y potencian lo mejor de mí o, por el contrario, son limitantes y me mantienen en mi lado oscuro.
La mayoría de creencias que me transmitieron fueron seguro con la mejor de las intenciones. De eso no hay duda. Pero eso no quiere decir que no fuesen limitantes para mí. Creencias socialmente aceptadas como “más vale pájaro en mano que ciento volando”, que seguramente nos habrán hecho creer que arriesgar (en el sentido de apostar por algo) es inseguro. O “más vale malo conocido, que bueno por conocer”, que seguro que ha condicionado a más de una persona hacia el conformismo en el amor, en el trabajo o en su vida en general.
Las creencias limitantes suelen ser escudos poderosos y brillantes; suelen ser el escondrijo perfecto… Pero, ¿para qué? O ¿para quién? La respuesta es sencilla: para los miedos. Todos nuestros miedos se ocultan tras nuestras creencias limitantes. Por ejemplo, si yo pienso que “todos los hombres son iguales” refiriéndome a que son malos, infieles o cualquier cosa del estilo, esa creencia está ocultando uno o varios miedos (a que me hagan daño, al abandono o, incluso, a ser feliz). Sólo la parcela de los miedos daría para un monográfico, pero aquí nos vamos a centrar en la función limitante de los miedos.
Todas esas creencias limitantes y todos esos miedos, nos van haciendo, poco a poco, que temamos que algo o alguien externo, penetre en nuestro interior y nos dañe. Que lleguen a destruir lo más preciado y profundo de nuestro ser. Es entonces cuando empezamos a poner una barrera. Con el paso de los años, esa barrera va formando lo que llamamos nuestro “Ser limitante” y se va haciendo cada vez más fuerte, más rígida, más permanente e impermeable. Pero tanto nos acostumbramos a mirar hacia fuera, con miedo y de manera sesgada, que se nos olvida lo que hay en la parte más profunda de nuestro ser. Y eso no es lo peor, sino que al olvidar quiénes somos en realidad, cuál es nuestra verdadera esencia, empezamos a tener miedo también de “eso” que habita en mi interior: la consecuencia más terrible es que acabamos poniendo otra capa, otra coraza, pero esta vez hacia nuestro interior, por miedo a ver o encontrar algo de mí que no me guste o me dañe. Y es así como se crea una coraza de doble defensa: hacia el exterior y hacia mi interior. Una coraza como la que llevaba “el caballero de la armadura oxidada” de Robert Fisher (que, si no lo habéis leído, os lo recomiendo). Como recordarás, los niveles inferiores influyen en los superiores, pero cuando crecimos y pusimos esa doble coraza, nuestra esencia dejó de verse reflejada en nuestras acciones. Seguramente, ahora, tu ser limitante (tus miedos, tu coraza, tu máscara), influyen en tus creencias, éstas influyen en tus actitudes y en tus aptitudes, para influir finalmente sobre mi conducta (que es lo que las demás personas ven de mí, conocen de mí). Pero eso, no soy yo. Esa es la consecuencia en mí de lo que viví con lo que sabía hasta este momento.
La suerte, es que ahora que conoces algo más de ti, de tu ser y de cómo funciona, puedes hacer cambios. Al tomar conciencia (al darte cuenta) de esos miedos y de esas creencias limitadoras, podrás tomar el control de tu vida y permitir que esa coraza, no sea impermeable. No quiero que pienses que la coraza, el ser limitante, desaparece. No. No desaparece. Siempre habrá miedos y creencias limitantes. Lo clave está en conseguir que tu ser limitante sea flexible y permeable, a fin de que puedas llegar a conocer tu verdadera esencia y permitir que salga hacia fuera.
Aunque a veces resulta costoso, cuanto más te conoces, más fácil te resultará superar esa barrera. En la mayoría de los casos tendrás que trabajar con tus creencias limitantes, indagar en ellas, para descubrir que miedo se esconde tras ellas. El conocimiento, la toma de conciencia, ya produce cambios positivos en el ser limitante.
Pero recuerda, no hay que rechazar al ser limitantes, a los miedos o a las creencias limitantes. Están en ti, aunque no sean tú. Pero rechazarlas es como rechazarte a ti misma/o. Tienes que conocerlas y aceptarlas. Sólo cuando las conozcas en profundidad, podrás aceptarlas y, entonces, cambiarlas. No puedes cambiar algo de ti que no ha sido aceptado y amado por ti. Cuando conoces, cuando sabes por qué tienes una creencia o un miedo, cuando llegas a tomar conciencia de que estaban ahí para protegerte, cuando llegas a darte cuenta de que “aparecían” o venían a tu mente en momentos en que tú te sentías en peligro, y que venían para ayudarte (aunque su ayuda no fuese la mejor) entonces comprendes, entiendes, y eres capaz de aceptar esas creencias y esos miedos. Y al aceptarlos llegas a amarlos, pues todo lo que necesitan de ti, es amor. Es amarlos para amarte a ti.
En ese momento es cuando estarás preparad@ para incluir nuevas creencias, creencias potenciadoras.
Pero volvamos al iceberg. Hemos dicho que lo que hay bajo la barrera que supone el ser limitante es nuestra verdadera esencia: es el “ser esencial”. Se compone de tres niveles.
El menos profundo de los tres es el nivel de “mis valores”. Cuando hablamos de valores nos referimos a lo que es realmente importante para mí. No hablamos estrictamente de valores como se entiende en la sociedad, a nivel moral. Sino algo más amplio y personal. Cuando somos capaces de superar la barrera del miedo y de preguntarnos “¿qué me importa?”, las respuestas son mis valores.
En mis valores influye “mi identidad”: quién soy realmente. Podríamos decir que cuando respondes a la pregunta de quién eres no estás hablando de lo que se incluye en este nivel. Mi identidad es algo más que decir “Soy Jose, soy psicólogo, etc.”. Eso no es mi identidad, eso es el rol que socialmente represento, teniendo en cuenta mis creencias y mis miedos. Este nivel es muy profundo y suele ser desconocido por todo lo que hablamos antes, pero puede llegar a conocerse con un trabajo continuo de introspección e indagación.
Y en la parte más profunda de mi ser, encontramos la parte “transpersonal” y se refiere a esa parte de mí que trasciende. Se refiere a mis sueños, a mi verdadera vocación, al legado que quiero dejar al mundo, al mensaje que quiero transmitir de verdad. Es una parte muy profunda, que podríamos asemejar al alma. Yo siempre he querido ser psicólogo, pero no es mi verdadera vocación. Elegí esta profesión teniendo en cuenta el funcionamiento de mi ser neurológico. Siguiendo un camino determinado, pero que era desconocido para mí. Hasta los 12 años me hacía pipí en la cama. Mi madre, harta de lavar sábanas a diario y de batallar conmigo (“no bebas que te vas a dormir”, “haz pipí antes de acostarte que luego te meas”, “¿no puedes levantarte cuando tengas ganas de hacer pipí?”) habló con el médico de cabecera y me derivó al Javier, un psicólogo al que yo miraba con miedo y rechazo al principio, pero como a un dios al final. Fui muy pocas veces, durante 3 meses, y lo único que me propuso después de indagar, fue controlar la micción (contraer y soltar la vejiga durante la micción para fortalecer la musculatura). Aquella cosa tan sencilla, tan tonta, me “salvó” la vida. Y estaba tan agradecido por evitarme las discusiones, las vergüenzas y las humillaciones, que decidí que yo tenía que hacer lo mismo: ayudar a otras personas. Sí, con 12 años ya tenía claro que sería psicólogo. Pero no era mi verdadera vocación. Aun así, la vida, el destino, el Universo, la Fuente, Dios… que cada cual lo llame como quiera, hizo que coqueteara con lo que, a los 30 años, descubrí que era mi verdadera vocación: ser artista (en el más amplio sentido de la palabra). Me doy cuenta de que, si pudiese volver atrás con todo lo que ahora sé, elegiría estudiar Bellas Artes y Arte Dramático, las dos. Pero, cuando llegó el momento de inscribirme en la Universidad, no sabía todo lo que sabía hoy: sólo quería elegir una profesión que me gustase (aunque a mi familia no) con la que ganarme la vida para que mi padre (sobre todo) y mi madre, estuviesen orgullosos de mí. Como nos pasa a todas/os…
Podríamos decir que la parte transpersonal responde a la pregunta del “para qué” de mi vida. ¿Cuál es mi para qué? ¿Para qué hago tal cosa? ¿Para qué quiero ser tal otra? Algunas personas lo llaman encontrar el sentido de la vida. Sea como sea, el sentido de la vida, lleva toda una vida descubrirlo. El sentido de la vida, es la propia vida. No es un proceso de equis fases que dura equis tiempo y que me hace llegar a un nirvana de felicidad. No. Eso no es. Ni existe.
Podemos ver el ser esencial de un ser humano en su infancia. Niños y niñas no tienen fuertemente definido su ser limitante: cuanto más peques, más esencia podemos ver. Recordarás un anuncio de televisión en el que hacían un experimento con dos peques (ponían varias situaciones con niñas y niños) en los que se les decía que mientras esperaban a un fotógrafo, podían merendar. Delante de ellos, dos platos tapados. Al salir la mujer de la sala, niños y niñas levantaban su tapadera para descubrir que en uno de los platos había un sándwich de crema de cacao, mientras que en el otro no había nada. En cuestión de segundos, la peque o el peque que tenía el sándwich, lo partía en dos y cedía una parte a la otra niña o al otro niño. Incluso podía verse como, en algunos casos, se cedía el trozo más grande. Eso ocurría porque niñas y niños, por edad y experiencia, tienen cajas de creencias más livianas y sanas, y se comportan desde su bella y sana naturaleza humana, desde su esencia.
En resumen, cuando hemos conseguido tomar conciencia sobre nuestro ser limitante, nuestro ser esencial empieza a filtrarse por las grietas de la coraza y empieza a influir a los niveles superiores y empieza a dejarse ver en mis comportamientos. Es un trabajo lento y progresivo. Requiere constancia y, muchas veces, requiere usar un guía externo (ayuda profesional).
Pero al conocerte, aceptarte y amarte, verás cómo tu parte transpersonal, influye en tu identidad y ésta en tus valores, para influir en tus creencias, en tus actitudes y aptitudes y todo ello se verá en tu comportamiento.
Esto sólo es una guía. Una orientación. Una forma de mirar. El contenido, está en ti.
¡Gracias por compartir! Me encantó.
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Me alegra que te haya gustado, María
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