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Si eres consumidor de revistas de curiosidades, habrás visto este mes en tu kiosko una que se hacía eco, en unas escasas líneas de algo muy interesante. Resulta que la Universidad de Colorado Boulder (Estados Unidos) ha publicado un artículo en la revista científica Journal of Neuroscience avanzando los resultados de un pequeño estudio, realizado con personas que habían sufrido una ruptura amorosa en los últimos seis meses, cuyo objetivo era comprobar el efecto de los placebos sobre el dolor emocional derivado de la ruptura.
Se pidió a las personas que participaban en el experimento que llevasen una foto de su expareja y otra foto de un/a buen/a amigo/a. Se introducía a los sujetos en una máquina de resonancia magnética y se les proyectaba primero la foto de su ex, pidiéndoles que recordaran la ruptura, y después se les mostraba la foto de su amiga o amigo.
Tras comparar sus respuestas neurológicas ante el dolor físico (aplicaban calor en el antebrazo izquierdo) con las respuestas ante el dolor emocional (tras la proyección de las fotografías), observaron que ambas respuestas eran similares, es decir, que la actividad neuronal (las zonas del cerebro que se veían estimuladas) era la misma ante ambos tipos de dolor.
Una vez realizada la primera fase del experimento se aplicaba, a la mitad de las personas que participaban en él, un aerosol nasal inocuo (que no tenía ningún efecto químico, o sea, no hacía nada) diciéndoles que se trataba de un potente analgésico que les haría disminuir su pena y su dolor por la ruptura de pareja. A la otra mitad, sin embargo, se les dijo que era una simple solución salina.
La primera conclusión extraída del experimento, según su autor principal Tor Wager (profesor de psicología y neurociencia en dicha Universidad), es que queda claro que ese dolor emocional es real o, más concretamente, neuroquímicamente real. Aunque comúnmente hablamos del dolor del corazón o lo ubicamos en el pecho, a nivel cerebral, el dolor de la ruptura o de la pérdida se refleja a nivel neuroquímico.
Los resultados fueron asombrosos. Cuando se repetía el experimento tras la aplicación del spray placebo, no sólo decían sentirse mejor y sentir menor dolor físico (ante el calor) y emocional (ante la fotografía), sino que los resultados mostraban una actividad diferente en dichas regiones cerebrales: la actividad de la corteza prefrontal dorsolateral del cerebro (involucrada en la modulación de las emociones) aumentó bruscamente, mientras que las áreas cerebrales asociadas con el rechazo se calmaron. Así mismo, después de la aplicación del spray, cuando los sujetos decían sentirse mejor, se observaba una mayor actividad de la sustancia gris periacueductal, región que juega un papel fundamental en la modulación de los niveles de analgésicos químicos del cerebro y de neurotransmisores como la dopamina, que tienen que ver con la sensación de sentirnos bien. Pero eso sí, el estudio no analizó específicamente si el placebo provocaba la liberación de esas sustancias en nuestro cerebro, aunque los autores sospechan que podría ser así.
Lo que sí quedaba claro es que cuando tenemos experiencias y expectativas positivas, influyen en la actividad de nuestra corteza prefrontal, que a su vez influye en los sistemas que permiten a nuestro cerebro medio generar opioides o dopamina que nos ayudan a sentirnos mejor, como afirma Wager.
Anteriormente, en otros estudios, ya se había comprobado que el efecto placebo puede ayudar a que los tratamientos con psicofármacos (como antidepresivos) obtengan mejores resultados en sus pacientes.
En definitiva, como señala Wagner, “el simple hecho de hacer algo por nosotras/os mismas/os y hacer algo que nos de esperanza puede tener un gran impacto”. Tanto es así, que “en algunos casos, el medicamento puede importar menos de lo que se piensa”. ¿Qué quiere decir esto? Significa que, al margen de los tratamientos psicofarmacológicos, cuidarse, mimarse, prestarse ayuda, dedicarse tiempo, tener esperanzas y, en definitiva, hacer cosas buenas para nosotras/os mismas/os, tiene consecuencias positivas irrefutables. Es decir, cuidándonos en situaciones dolorosas como una ruptura de pareja, conseguimos mejorar nuestra salud emocional y eso repercute directamente en nuestra salud física. Y viceversa.
La investigadora Leonie Koban, añade que “cada vez queda más claro que las expectativas y predicciones tienen una influencia muy fuerte en las experiencias y cómo las percibimos y cómo las sentimos”. Es decir, hacer algo por ti que creas que puede ayudarte, probablemente te ayudará a sentirte mejor.
Como dice la sabiduría popular: “un buen colchón y un buen jamón”. O lo que es lo mismo, cuídate, descansa, come bien, duerme bien, pasa tiempo con la gente a la que quieres, haz cosas que te gustan, ve a sitios que te gustan… seguro que te sientes mejor que si te encierras a llorar desconsoladamente, maltratando a tu cuerpo a lo Bridget Jones. Yo te dejo un vídeo que grabé hace tiempo con técnicas y consejos para ayudarte a sentirte mejor. Puedes verlo pinchando aquí.