Tiempo estimado de lectura: 3 minutos.
Creo, personal y profesionalmente, que una de las situaciones (o etapas) de la vida más duras que pasan desapercibidas es la de no tener sueños, no tener ilusiones, no saber cuál es tu verdadera vocación.
Me refiero a esas personas, que muchos años después y habiendo crecido, les ocurre como al elefantito del cuento de Jorge Bucay (“El elefante encadenado” que podéis encontrarlo fácilmente en internet), que siguen arrastrando una cadena que no les pertenece. Una cadena que vino de su madre, de su padre, de su familia, de su pareja, de sus hijas e hijos o, peor aún, de si misma/o. Es decir, hubo un momento de su vida en el que se les dijeron lo que “tenían que” hacer (obligación) o lo que no “debían” hacer (prohibición); y se lo creyeron. Pero no se lo creyeron porque en aquel momento eran “tontas/os”, sino porque con las herramientas y recursos personales que tenían, entendieron que era lo que tenían que hacer. Pero el problema, como en la reflexión del autor, es que nunca más se lo volvieron a plantear. Nunca más pusieron en duda aquellas cosas que “aceptaron”, que “asumieron”, a las que dieron su “consentimiento”.
Porque la responsabilidad, al final, es de la persona. Es nuestra. Somos quienes tenemos la última palabra. Puede ocurrir algo en la vida que no depende de mí, como la pérdida de un ser querido, pero yo puedo elegir como afrontar esa situación. Puedo elegir vivir o elegir morir, metafóricamente hablando.
Así vamos creciendo y vamos caminando por un sendero que no hemos elegido conscientemente, pero del que somos totalmente responsables, puesto que es nuestra vida. No hay excusas. De nada sirve “echar la culpa” a mi padre, a mi madre, a mi pareja… Y hasta que no asumamos que tenemos algo que decir en esto, en nuestra, vida, seguiremos caminando por un sendero elegido por inercia.
Sé que es difícil, y muy duro, asumir que una/o tiene responsabilidad en aquello que le ocurre. Nadie quiere aceptar que, si su pareja le es infiel o si sus hijas/os le tratan mal, algo tiene que ver con esa situación. De alguna forma la sociedad nos ha inculcado el camino fácil: tomar el rol de “víctima”. Y aquí no nos referimos al uso peyorativo que tiene esta palabra en el lenguaje coloquial. Sino a ese papel que asumimos (consciente o inconscientemente) de pensar que las cosas malas nos ocurren a nosotras/os y preguntarnos el porqué, pero sin asumir la responsabilidad. Y si buscamos ayuda, desde ese rol, intentamos por todos los medios que algo o alguien nos quite el malestar, pero sin esfuerzos y sin que tengamos que hacer nada. Casi de forma mágica.
Es duro leer esto. Pero más duro es vivirlo. Lo sé por experiencia. Yo antes lo hacía a menudo. A veces, los fantasmas del pasado vuelven. Pero intento usar todas mis herramientas aprendidas con el paso de los años (como persona, no como psicólogo… porque sí… ¡yo también soy persona! jeje), aunque a veces necesito que alguien me lo señale desde fuera. Como todo hija/o de vecina/o.
Pero piensa, que cuanto antes asumas tu responsabilidad, antes comenzará a mejorar tu vida. Eso sí, ten claro que cambiar cuesta, mucho. Pero merece tanto la pena… Es como cuando has dejado algo sin limpiar durante mucho tiempo. Cuando lo quieras limpiar, para usarlo o para que todo esté mejor, tendrás que frotar mucho. Si las manchas se te resisten, tendrás que esforzarte más. Te podrás encontrar maldiciéndote por no haberlo limpiado antes. Te juzgarás (NOTA: no lo hagas, sólo sirve para hacerte daño, no te ayudará a aprender). Te enfadarás. Dirás muchos tacos. Y llegará un punto en el que: o dejas a un lado todas esas quejas y juicios para seguir limpiándolo hasta que brille, o abandonas, te rindes y te resignas, como el elefantito. Pero esta segunda opción, créeme, te hará sentir más desdicha. Con la primera, sin embargo, te fortalecerás. Pero mi consejo es hacer la primera opción sin juicios, sin fustigarte. Esa es la mejor opción.
A este punto seguro que has pensado en algo que quieres solucionar y te has dado a ti misma/o varios miles de millones de razones (que para nada tienen que ver contigo) de porqué eso, no se puede solucionar. O, en el mejor de los casos, habrás usado el pensamiento mágico: “si pasara tal cosa, entonces yo…”. Mentiras. Es nuestro ego (nuestro YO imaginario) diciéndonos mentiras para que no nos movamos de nuestro sofá emocional. Que sigamos en nuestra zona de confort (de la que hablaremos otro día).
Pero, ¿sabes qué? Mientras haces caso a esa voz; mientras sigues viviendo la vida que “te ha tocado”; mientras sigues sin asumir tu responsabilidad… los días pasan. La vida se te pasa. Oportunidades desechadas una tras otra. Y pienses lo que piensas, o te hayan dicho lo que te hayan dicho, te mereces vivir. No sobrevivir. Te mereces cosas buenas. Pero hay que buscarlas, crearlas, ganárselas. Crear un flujo de energía beneficiosa para ti. Pero eso no ocurrirá mientras que estés nadando en tu piscina de sufrimiento. Ya lo dice la psicóloga María Jesús Álava en sus libros: el sufrimiento es inútil.
¿Eres feliz con la vida que llevas? ¿Estás haciendo todo lo que te gustaría? ¿Estás desarrollando tu verdadera vocación? Si la respuesta a alguna de estas preguntas es “no”, te animo… te invito… a plantearte un cambio en tu vida.
NOTA: si lo ves muy negro, busca ayuda profesional.
NOTA 2: el dinero no es excusa, la sanidad tiene psicólogas/os gratuitos y hay muchos recursos en todas las ciudades.
NOTA 3: si te ha venido a la mente otra excusa, recuerda: ¿quieres vivir o sobrevivir?
Empieza a moverte. Cambia, sola o con ayuda profesional, tu vida. Merece la pena.