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Si de algo sirve la observación de nuestros juicios (o de nuestra voz interior juiciosa, como te comentaba hace unas semanas en mi cuenta de instagram), es para darnos cuenta que hay episodios que se nos repiten más de lo que nos gustaría: crear relaciones personales tóxicas, bloquearnos ante un problema, etc. Digamos que cada cuál tiene su forma de sabotearse, de ponerse trampas y tropezar con la misma piedra (o piedras, depende).
Ayer, en consulta, una paciente a la que llamaremos María, hacía toda una declaración de intenciones sin saberlo: “soy una desgraciada, todo lo hago mal”, decía ella terriblemente compungida. De este modo, María estaba cavando irremediablemente su propia tumba, pues diciendo esto asume un rol de víctima, cuyas principales consecuencias son no asumir su responsabilidad y generar un sentimiento muy intenso de culpabilidad. Pero María, que ya lleva varias sesiones conmigo, sabe que se equivoca y que está cayendo en lo fácil: en la queja y en la pena sin fundamentos, en una perfecta y armónica cadena de pensamientos distorsionados que vienen a justificar su malestar y su miedo a salir de su zona de confort. Y, por qué no, su desgana por aplicar todo lo que ha aprendido en este tiempo, pues es más fácil mantenerse en el sofá emocional (aunque me sienta muy mal) que ponerse manos a la obra y cambiar (porque ya sabemos que cambiar es costoso energéticamente).
Pero tengo clara una cosa, que siempre comparto con pacientes que sufren como lo hace María, ‘no creo que nadie quiera amargarse la vida conscientemente’. Sin embargo, a la atracción irrefrenable que supone permanecer en la zona de confort, tenemos que unir la liberación que se siente cuando se buscan fuera causas o culpables al propio sufrimiento. Se piensa, y se siente, de manera inconsciente algo así como: “yo no tengo que cambiar, no es ‘culpa’ mía, yo soy la víctima y no sé por qué me pasa esto a mí”.
Suele ocurrir también, cuando se confronta a la persona, que lleguen a sentir, pensar o decir que en realidad si tienen la capacidad de afrontar la situación que les atormenta, pero que existen motivos (que escapan a su control) que les impiden hacerlo. Es normal que, cuando una persona así se siente acorralada dialécticamente, saque un poco a pasear a su ego herido y trate de convencerte, y convencerse, de ello. A mí no me engañan, pues no es el tema a tratar o no es lo importante en ese momento (se desvían de lo esencial, de la raíz).
Y ¿cómo se llega a lo esencial en un momento así? Ya lo decía Spencer Johnson, en su libro Mi minuto esencial: simplifica. ¿Cómo? Dejando de poner el foco fuera y empezando a poner el foco dentro. Dejando de quejarse desde la inacción y pasando a cuestionarse qué puedo hacer yo para que las cosas cambien.
Insisto muchas veces en la idea de que hay que buscar dentro de nosotras/os mismas/os la solución a los problemas, pues sólo ahí la podremos encontrar.
Sin embargo, haber pasado suficiente tiempo comportándose de una manera y haber afrontado distintos eventos con recursos personales similares, tiene sus consecuencias. Cualquier modo de respuesta que sea novedoso o que no hayamos utilizado anteriormente, será identificado por mi ego como extraño, contrario a mi ser y, por consiguiente, rechazado. He ahí el saboteo del que te vengo hablando.
Quizás haya que hacer un paréntesis para recordar que mi ego, es la imagen que yo tengo de mí misma/o en mi mente. Es la idea de cómo creo que soy y cómo no soy, lo que me merezco y lo que no, lo que puedo hacer y lo que no puedo hacer, etc. Como ya te habrás imaginado, el ego es quien decide (o elige) los límites de mi zona de confort y qué cosas (y personas) se incluyen en ella. Por cierto, no confundas ego con egoísta. Podríamos decir que el ego es un yo imaginario, una idea o conjunto de ideas sobre mi yo real.
Pero claro, el ego no siempre acierta. A veces suele elegir mal, aunque le parezca muy lógica y racional su elección. Y tiene más probabilidades de ‘elegir mal’ cuando nos referimos a crear un hábito, adquirir una habilidad, aprender una herramienta o desarrollar un patrón de conducta, cualquier cosa que no le resulte familiar o conocida, es decir, que no esté incluida en nuestra zona de confort (esa que hemos ido forjando con el paso de los años). De ahí que para situaciones que se repiten, elijamos los mismos patrones de respuesta y acabemos teniendo resultados similares. Dicho en otras palabras, caemos en un círculo vicioso que marea, distrae y, muchas veces, agota, como le pasaba a María.
La solución pasa por tener una zona de confort flexible y para eso no hay que sentir que dejamos de ser quieres somos, que perdemos nuestra identidad o que vamos en contra de nuestros principios (basados o no en tradiciones culturales o familiares). Hay que asumir, de forma sana, tranquila, serena y, sobre todo, consciente, que soy quién soy, pero que puedo elegir libremente cómo afrontar una situación que me resulta familiar. Es decir, convencernos de que no nos estamos obligando a nada (no tengo que, no debo que, no hay que…), sino que yo prefiero o yo elijo una alternativa diferente a la que de forma natural y automática me nace.
Hay que tener claro que lo que conforma mi zona de confort y sus límites, es algo que hemos aprendido. Primero de mi padre y de mi madre (o de mis figuras de apego fundamentales: quienes me criaron); después de la sociedad y de mi grupo de iguales; y, por supuesto, de mi propia experiencia influenciada por mi familia, mi entorno y por la época y el lugar en los que me ha tocado vivir. Estos son los agentes socializadores. Digamos que nos han ido moldeando desde peques y ahora, de mayores, tenemos que hacer revisión a través de nuestras creencias y vivencias, para descartar las que hemos aprendido y no nos benefician, y para incluir otras nuevas que nos ayuden a crecer, a sentirnos bien con nosotras/os mismas/os y a mejorar nuestras relaciones y nuestra percepción sobre nuestra vida.
De algún modo, el azar ha ejercido un papel, pero desde luego no es el más importante y, por descontado, su influencia histórica no es definitiva. Jugar al ensayo y error está bien. Pero mejor aún es jugar a ensayo-error-observación amable y aprendizaje. Esta nueva versión del clásico juego del aprendizaje es más sana y nos libera de juzgarnos, culparnos y castigarnos. Pasamos de un rol de víctima de queja y culpa, a un rol de supervivencia de responsabilidad y acción. Así, con constancia, nos iremos descubriendo con una mirada amorosa, observando las huellas del tiempo, las cicatrices del pasado, haciendo acopio de las herramientas aprendidas, reconociendo el territorio desconocido de nuestro ser, completando el mapa del autoconocimiento y aceptando, integrando y empoderando aquello que somos.
Observando, reconociendo, aceptando, integrando y empoderando nuestras luces y nuestras sombras. Sabiendo que la perfección está en el todo, ese todo que es tan nuestro y que hasta ahora solo aceptábamos parcialmente.
Cuando María se reconozca al completo, sea como sea en ese momento, y alcance la consciencia de sus experiencias pasadas y presentes, podrá tomar con cariño las riendas de su vida, vivirá de manera auténtica, hallará el sentido de la vida y su propósito en ella y, lo mejor de todo, podrá sentirse gestora universal de su presente y creadora infinita de su futuro, desde dentro hacia fuera (y no al revés).
NOTA: Puedes aprender más sobre la Autenticidad en este vídeo.